Por Mercedes Azurdia
Al admirar la gran y perfecta obra de la naturaleza en el hombre, podemos deducir que su belleza exterior se integra a la majestuosa complejidad de virtudes, pasiones, hechos y deseos físicos y espirituales que éste manifiesta de manera autónoma, libre y voluntaria; y que esta integración lo hace el ser más sublime y completo entre todos los jamás creados.
Para ejemplificar estas sentencias, me gustaría dar luz a mis ideas en personas: Da Vinci. Un inventor, creador, pensador, dibujante, pintor, filósofo, entre otros oficios, puede manifestar la excelencia y perfección de su cuerpo, mente, alma y espíritu, en la realización de obras e ideas que se producen en su interior de manera automática y extraordinaria.
Sus ideas son reflejo de la lucidez, organización y pasión por sus actividades. Él sabe cómo plasmar su complejidad interior en belleza exterior, para que pueda ennoblecer y embellecer más espíritus al reconocer la gran riqueza y esplendor del ser humano en sí.
Y, ¿por qué no? ¿Por qué no ser cómo Da Vinci y sublimar nuestros propósitos y sentidos de vida sobre nosotros mismos? ¿Por qué no aprender a liberar nuestros espíritus y dejarlos que se manifiesten de una mejor manera?
Culturicémonos, embellezcamos, aún más nuestros seres y superémonos a nosotros mismos. Somos el reflejo de Dios, aspiremos a una belleza divina, a una belleza perfecta. Vivamos el día, que será corto. Retoñemos hacia la nueva visión del hombre y cambiemos al mundo con la cultura, el amor, la belleza y las artes.
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